Todo hombre es consciente del paso del tiempo y de que él mismo envejece. Ve nacer y morir a otros seres humanos. Sabe que la humanidad existía antes que él y que existirá después de él, cuando él mismo ya no esté. Esta conciencia de la caducidad de la vida debe afectar a la comprensión que uno tiene de sí mismo, a no ser que no quiera darse cuenta de estos hechos. ¿No se pone en peligro con la muerte el sentido de toda nuestra existencia y de todo lo que parece ser importante en la vida: éxito, buena reputación, carrera, calidad de vida, familia y toda la vida social que disfrutamos junto con los demás? Durante la vida, estos bienes son, sin duda, importantes, son incluso de un interés vital. Pero cuando llegue la muerte, todo habrá perdido su sentido y su importancia. En este pequeño libro, que nació de las clases que impartí en Austria sobre cuestiones de Escatología, quisiera, en primer lugar, demostrar por qué es difícil para el hombre de hoy hablar sobre el más allá y ver en la doctrina del más allá una parte esencial de la fe católica

Autor: Michael Stickelnroeck

 

LA MUERTE Y LA INMORTALIDAD

La muerte se impone en la vida del hombre. Querer esquivarla equivaldría sencillamente a una falta de realismo. Nada tan cierto como la muerte, dijo Séneca [Epístola. 99,9]. Y san Agustín: «todo es incierto; sólo la muerte es cierta» [Enn. in Ps. 38,19]. «En este mundo nada es cierto, menos la muerte y
los impuestos», escribía el estadista estadounidense Benjamín Franklin, pocos meses antes de su propio tránsito [Carta a Baptista Leroy, 13.11.1789].

Autor: Paul O ‘Callaghan

 

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